lunes, 10 de septiembre de 2007

RELATOS DE VIAJES.- AVENTURAS Y DESVENTURAS DE ANTONIO PALACIOS EN FEZ (MARRUECOS)

Hace varios años, a finales de los noventa, estuve en Fez tres semanas.
Fui a pasar un mes en Marruecos y con un amigo visité varias ciudades, entre ellas Chauen, Asilah y Meknés; pero cuando mi amigo se volvió a España yo me quedé zascandileando por Fez.

Aunque el tiempo no pase en Balde, sí que pasa en Marruecos y lo que viví allí sería muy difícil de repetir ahora, si no imposible, no sólo porque fue una experiencia personal y por tanto única, sino porque ha cambiado la situación social y política del país. De todas formas, si habéis estado en Marruecos o lo visitáis en el futuro, estas líneas quizá os puedan ayudar a haceros una idea de lo que ha cambiado y lo que no.

Llegué a Fez un lunes de julio que hacía fresquito y estaba nublado, viajando en autobús desde Meknés. Las líneas CTM están muy bien, son las más caras de Marruecos, pero aún así resultan baratas hasta para un español. La estación de autobuses de Fez está a las puertas de Fez el-Yadid, o Fez el Nuevo, que es una ciudad medieval completamente rodeada de murallas, llena de callejas, callejuelas y callejones por los que es facilísimo perderse. Fez se divide en tres partes: Fez el-Bali, la ciudad alta, la más antigua, del siglo IX; Fez el-Yadid, del siglo XIII, la famosísima Medina protegida por la UNESCO y al lado de la cual se halla el antiguo barrio judío o Mellah; y la ciudad moderna, casi imposible de distinguir de cualquier ciudad europea.

La Medina de Fez el-Yedid, como he dicho, es un enorme laberinto de calles, pero tiene varias principales; dos de ellas cruzan los barrios más al norte de suroeste a noreste y se llaman Talaa Kabira y Talaa Segira (la cuesta grande y la cuesta chica). En torno a ellas se organizan los barrios de esa zona de la Medina, que en total tiene 187, cada uno con su mezquita, su madrasa coránica, su hammán, su panadería y su fuente, según la ley. Todos tienen puertas que se cierran de noche y se abren por la mañana.

Los comercios, como es tradicional, se organizan por barrios y el más famoso es el de los tintoreros, seguro que habéis visto las fotos aéreas de los depósitos de tintes de colores, y también el de los perfumeros. El transporte de mercancías por estas calles se ha de hacer en burro, y os aseguro que hay que estar bien atentos a los gritos de los burreros para no tener accidentes de tráfico (animal).

Entré por la puerta de Bou Yeloud, la más cercana a la estación y me metí en el primer hotelucho que encontré; como dije que me quedaría varias semanas, me hicieron un precio especial de 25 dirhams al día (al cambio de hoy, dos euros y medio: esta es de las cosas que no vais a encontrar ahora, no esperéis un hotel ni decente ni indecente por ese precio). Enfrente tenía uno de esos típicos "restaurantes de comida rápida" árabe donde sólo entran el fogón, el cocinero y cuatro o cinco apretados clientes a la vez sentados en bancos corridos de madera grasienta, para almorzar y cenar revueltos improvisados de verduras, pollo y cordero; y al lado tenía un café y pastelería donde desayunaba. En el café solía pasar varias horas por las mañanas, fumando hachís con otro cliente habitual. Esto de fumar en los cafés también se ha acabado, a no ser que el local esté bien escondido de la vista de todos o seas muy hábil y discreto. También me gustaba mucho desayunar "bisara", una especie de gachas de guisantes, comino y aceite de oliva, en otro local cercano al hotel y a una lavandería de la que también era cliente.

Antes, ahora menos, mucho menos, antes era habitual que chavales sin nada mejor que hacer se convirtieran en "guías" ilegales. Abordaban a los turistas por la calle, saludándolos, preguntándoles de dónde venían y ofreciéndose a acompañarlos a dar una vuelta a cambio de algo de dinero; la mayoría de las veces sólo te daban el coñazo. Las últimas veces que estuve en Marruecos, en 2003, sin embargo, eso había desaparecido. El gobierno creó una especie de brigada de policía turística que se dedicaba especialmente a perseguir a estos "guías" ilegales que muchas veces eran también pequeños delincuentes y, a la vez, formó a guías profesionales controlados y mejor pagados.

Pues bien, como no podía ser menos, se me acercaron varios de ellos, dos al principio. Cuando supieron que me quedaría más tiempo de lo habitual en los turistas y viendo que hablaba con ellos en su idioma, se nos unió toda la pandilla de ocho o diez, a cual más pintoresco, y empezaron a tratarme de forma diferente: me llevaban a sus locales habituales, sin apenas luz, donde los viejos fumaban kifi y jugaban al parchís bebiendo té o café, escondidos en las callejas más inverosímiles por las que había que andar en fila india. Estuve en sus casas, con sus familias, que, pobres pero orgullosas, no podían ofrecerme nada de comer. Sin embargo, yo a ellos sí y más de una vez entramos en los restaurantes de los aledaños del zoco (el inmenso zoco) donde los tenderos acudían a medio día a tomar un plato de lentejas, arroz o garbanzos por 10 dirhams.

A los pocos días me propusieron colaborar con ellos en la caza del turista. Por supuesto que acepté. Conocí a gente de todas partes de España (nos especializamos en españoles, claro), sobre todo parejitas medio hippies y fumetas algo despistados, y algún que otro gay que se creía que aquello era el paraíso del sexo. Me sorprendió la cantidad de prejuicios y lugares comunes de los europeos con respecto a Marruecos, el Islam y los árabes; esto, por desgracia, no ha hecho más que empeorar con el paso del tiempo y los acontecimientos.

Pocos días antes de venirme me quedé sin dinero. Lo cierto es que tenía una tarjeta, pero en toda la ciudad antigua no había un solo cajero. Encontré uno en la ciudad nueva pero no funcionaba y mi amigos los "guías" me prestaron algo y los dueños del hotel y los restaurantes me dejaban fiado. Al final, dejándome timar, logré que un vendedor de artículos de cuero me aceptara la tarjeta y me diera algo en metálico, pero creo que aún así dejé alguna deuda por allí, aunque tengo tantas en tantos sitios que mejor no acordarse de ellas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se ve que estuviste por allí.

El Fez que yo conocí es el moderno que describes, unicamente la hospitalidad no ha cambiado.

Yo no tengo la suerte de hablar su idioma, y tampoco hablo francés, pero aun así encontré buena gente y estuve comiendo y durmiendo con ellos, en sus casas.

Buen relato.

saludos

belisarius.dc@gmail.com